NOVIEMBRE
LECCIÓN 305
Hay una paz que Cristo nos concede.
1. El que sólo utiliza la visión de Cristo encuentra una paz tan profunda y serena, tan imperturbable y completamente inalterable, que no hay nada en el mundo que sea comparable. 2Las comparaciones cesan ante esa paz. 3Y el mundo entero parte en silencio a medida que esta paz lo envuelve y lo transporta dulcemente hasta la verdad, para ya nunca volver a ser la morada del temor. 4Pues el amor ha llegado, y ha sanado al mundo al concederle la paz de Cristo.
2. Padre, la paz de Cristo se nos concede porque Tu Voluntad es que nos salvemos. 2Ayúdanos hoy a aceptar únicamente Tu regalo y a no juzgarlo. 3Pues se nos ha concedido para que podamos salvarnos del juicio que hemos emitido acerca de nosotros mismos.
"COMENTARIOS A LAS LECCIONES" de Robert Perry y Ally Watson
Comentario
Hoy siento una cierta
resistencia a la lección. La juzgo, no es “bastante inspiradora”, o no me dice
nada nuevo. Habla de una paz maravillosa, “una
paz tan profunda y serena, tan imperturbable y completamente inalterable, que
no hay nada en el mundo que sea comparable” (1:1). Esta mañana no la estoy
sintiendo. No estoy tenso de ansiedad ni nada por el estilo, pero sólo tengo
una paz limitada, no parece imperturbable, pienso que podría ser alterada. Por
ejemplo, sé que la soledad está ahí, atacando mi paz. Parece que no se
necesitaría mucho para alterarme, y mi paz desaparecería. Pienso que esto es
algo que la mayoría de nosotros siente a veces cuando lee el Curso.
Recuerdo
una mañana cuando estaba haciendo la lección, quizá esta misma lección, y todo
lo que fue preciso para “destruir” mi aparente paz, fue que en la misma
habitación en la que yo estaba alguien entrase ¡dos veces!
La
lección dice que la paz de Dios es un regalo, “concedido para que podamos
salvarnos del juicio que hemos emitido acerca de nosotros mismos” (2:3). Nos
ofrece una oración: “Ayúdanos hoy a…
no juzgarla” (2:2). ¿Cómo juzgamos
la paz de Dios?
Juzgo que la paz no es
adecuada debido a mis circunstancias. La paz de Dios está aquí, ahora, y parte
de mi mente lo cree, pero me niego a aceptarla
y sentirla porque mi mente la
considera no adecuada debido a alguna circunstancia externa: “No puedo estar en
paz hasta que esto cambie, hasta que aquello cambie, hasta que eso suceda”. Es una afirmación de la
creencia de que existe una voluntad distinta a la de Dios, algo que tiene poder
para quitarme la paz. Dios da paz; algo distinto y aparentemente más poderoso
la quita. No hay otra voluntad, no hay nada más poderoso que Dios, pero mi
rechazo de la paz está afirmando la creencia de que lo hay.
Ves lo que crees que está ahí, y crees que está ahí porque quieres que
lo esté. (T.25.III.1:3)
El
Curso enseña que no tengo paz porque no quiero
paz. ¡El primer obstáculo a la paz es mi deseo de deshacerme de ella! (T.19.IV
(A)). Ésa es la única razón. Puesto que no hay nada que pueda quitar la paz de
Dios, mi insistencia en que existe tal cosa es un engaño elegido como excusa
para mi rechazo del regalo de Dios. Puedo gritar: “¡No es culpa mía! Esta
persona, o circunstancia, me la ha quitado. Yo quiero Tu paz, pero ellos me la
han quitado”. Estoy proyectando mi rechazo a la paz sobre alguna otra cosa.
Hay
otro modo en que juzgo la paz de Dios, la juzgo como débil y fácil de ser
atacada y alterada.
¿Por
qué quiero deshacerme de la paz? ¿Por qué quiero rechazar el regalo de Dios? En
T.19.IV. (A).2, el Texto hace las mismas preguntas:
¿Por qué querrías dejar a la paz sin hogar? ¿Qué es lo que crees que
tendría que desalojar para poder morar contigo? ¿Cuál parece ser el costo que
tanto te resistes a pagar?
Jesús dice que hay algo que pienso que perderé si acepto la paz. ¿Qué es?
Es la capacidad de justificar el ataque contra mis
hermanos, lo razonable de encontrar culpa en ellos (T.19.IV(B).1:1-2:3). Quiero
poder echar la culpa a alguien o algo. Si aceptara la paz, tendría que
renunciar para siempre a la idea de que puedo culpar a alguien por mi
infelicidad. Tendría que renunciar a todo ataque, y detrás de eso está el hecho
de que para renunciar al ataque, necesito renunciar a la culpa, necesito
renunciar a sentirme separado y solo, necesito renunciar a la separación.
Necesito renunciar a la creencia de que estoy incompleto y me falta algo, que
es la base de mi creencia en mi identidad separada.
La paz
de Dios se nos ha “concedido para que podamos salvarnos del juicio que
hemos emitido acerca de nosotros mismos” (2:3). Me juzgo a mí mismo como
pecador, indigno e incompleto. Ese juicio está detrás de mi necesidad de
aferrarme al ataque como mecanismo de defensa, mi necesidad de tener a alguien
o algo a quien culpar por la insuficiencia que veo en mí mismo.
Si acepto la paz de Dios
como paz incondicional, me parece
estar renunciando a la esperanza de tener cosas y otras personas del modo que
yo las quiero. Parece como si estuviera diciendo: “Está bien si no me amas y me
dejas solo. Está bien si me quitas el dinero. Está bien si me ignoras o me
maltratas. Nada de eso altera mi paz”. Incondicional
significa que no importa cuáles sean las condiciones. ¡Y yo no quiero eso!
¡Quiero las condiciones tal como las quiero!
¡Paz incondicional! La idea misma le da pánico al ego. Todo el mundo
busca la paz, por supuesto que sí. Pero queremos alcanzar la paz arreglando las
condiciones según nuestra propia idea de lo que traerá la paz. Jesús nos ofrece
paz sin que importen las condiciones. Él nos dice: “Olvida las condiciones. Yo
puedo darte paz en cualquier circunstancia”. No queremos la paz incondicional, queremos la paz a nuestra manera.
Preguntamos: “¿Paz? ¿Y qué hay de las condiciones?” No queremos oír que no
importan.
La verdad es que nuestro
mundo refleja nuestra mente. Vemos un mundo en conflicto porque nuestra mente
no está en paz. Pensamos que el mundo es la causa, y que nuestra paz o la falta
de ella es el efecto. Jesús dice que nuestra mente es la causa, y el mundo el
efecto. Él nos lo plantea a nivel de la causa, no del efecto. Él no va a
cambiar las condiciones para darnos paz, Él va a darnos paz y eso cambiará las condiciones. La paz de
Dios debe venir primero. Tenemos que
llegar al punto de decir de todo corazón: “La paz de Dios es todo lo que yo quiero”. Tenemos que
abandonar todas las otras metas, metas relacionadas con las condiciones. Acepta
la paz, y el mundo proyectado desde nuestra mente cambiará, pero ésa no es la
meta. Ésa no es la sanación que buscamos, es sólo el efecto de la sanación de
nuestra mente.
Padre, ayúdame hoy a aceptar
el regalo de tu paz y a no juzgarlo. Que vea, detrás de mi rechazo a la paz, mi
juicio sobre mí mismo como indigno de ella, y mi deseo de atacar algo fuera de
mí y echarle la culpa. En la eterna cordura del Espíritu Santo en mi mente, yo quiero la paz. Ayúdame a identificarme
con esa parte de mi mente. Que vea la locura de aferrarme a los resentimientos
en contra de alguien o de algo. Háblame de mi estado de plenitud y de que nada
me falta. Que entienda que lo que veo que contradice la paz, no es real y no
importa. Es sólo mi propio juicio (que no es real). Sana mi mente, Padre mío. “Que mi mente esté en paz y que todos mis pensamientos se aquieten”
(L.221). Yo estoy en mi hogar, soy amado, estoy a salvo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario