LECCIÓN 292 – 19 de Octubre
Todo tendrá un desenlace feliz.
1. Las promesas de Dios no hacen excepciones. 2Y Él garantiza que la dicha será el desenlace final de todas las cosas. 3De nosotros depende, no obstante, cuándo habrá de lograrse eso: hasta cuándo vamos a permitir que una voluntad ajena parezca oponerse a la Suya. 4Pues mientras pensemos que esa voluntad es real, no hallaremos el final que Él ha dispuesto sea el desenlace de todos los problemas que percibimos, de todas las tribulaciones que vemos y de todas las situaciones a que nos enfrentamos. 5Mas ese final es seguro. 6Pues la Voluntad de Dios se hace en la tierra, así como en el Cielo. 7Lo buscaremos y lo hallaremos, tal como dispone Su Voluntad, la Cual garantiza que nuestra voluntad se hace.
2. Te damos gracias, Padre, por Tu garantía de que al final todo tendrá un desenlace feliz. 2Ayúdanos a no interferir y demorar así el feliz desenlace que nos has prometido para cada problema que podamos percibir y para cada prueba por la que todavía creemos que tenemos que pasar.
"COMENTARIOS A LAS LECCIONES" de Robert Perry y Ally Watson
Comentario
Comentario
Las promesas de Dios no hacen excepciones. Y Él garantiza que la dicha
será el desenlace final de todas las cosas. De nosotros depende, no obstante,
cuándo habrá de lograrse eso: hasta cuándo vamos a permitir que una voluntad
ajena parezca oponerse a la Suya. (1:1-3)
“De
nosotros depende, no obstante, cuándo habrá de lograrse eso”. Siempre volvemos
a eso: Cuándo sentiremos el resultado
de la dicha en todas las cosas depende de
nosotros. Si siento algo que no sea dicha total se debe a mi propia
elección de “permitir que una voluntad ajena parezca oponerse a la Suya”. Me
parece que es mi propia voluntad la
que a veces se opone a la de Dios. Parece que no quiero abandonar las pequeñas
comodidades, las complacencias físicas, mentales y emocionales que me concedo
continuamente con la ilusión de que las necesito.
La ley
de la percepción afirma: “ves lo que crees que está ahí,
y crees que está ahí porque quieres que lo esté” (T.25.III.1:3). Si veo en mí
una voluntad diferente a la de Dios, la veo porque creo que está ahí. Creo que
mi voluntad es diferente de la de
Dios. Y creo eso porque quiero
creerlo. Si soy semejante a Dios en todo, Dios y yo sólo tenemos una Voluntad,
y la voluntad ajena que percibo no es nada. ¡Ésa es la verdad exacta! ¡La
voluntad ajena no es nada! No existe. Por eso quiero ver “mi” voluntad que se
opone a la de Dios, y por eso la veo. El aparente conflicto en mi vida es el
intento inútil del ego de aferrarse a su identidad que es completamente
ilusoria.
La
verdad del asunto es que lo que veo (mi resistencia a la Voluntad de Dios, que
es mi perfecta felicidad) no existe. Lo estoy proyectando desde mi mente. Lo
que veo es una ilusión de mí mismo. No es real y, por lo tanto, no trae ni
pizca de culpa.
Pues mientras pensemos que esa voluntad es real, no hallaremos el
final que Él ha dispuesto sea el desenlace de todos los problemas que
percibimos, de todas las tribulaciones que vemos y de todas las situaciones a
que nos enfrentamos. (1:4)
Nos
demos cuenta de ello o no, todos nosotros vamos por ahí la mayor parte del
tiempo inquietos por la contracorriente de resistencia a Dios que creemos que
existe dentro de nosotros. Pensamos que es
real. Leemos Un Curso de Milagros
y decidimos ser más amorosos, perdonar más, y luego encontramos una profunda
resistencia a esa idea, un muro aparentemente imponente que no nos va a
permitir cambiar. Tenemos una adicción que no podemos romper. Descubrimos una
relación en la que el perdón es imposible a pesar de todos nuestros esfuerzos.
Decidimos que “Hoy no juzgaré nada de lo que suceda”, y luego, diez minutos más
tarde, estallamos de ira por una pequeña injusticia. Y sentimos desesperación,
sentimos que no podemos hacerlo, que en cierto modo somos incorregibles, que
una parte de nosotros está fuera del alcance de la salvación, que una parte de
nuestra voluntad se opondrá a Dios sin remedio.
Jesús
nos dice que mientras creamos que esta parte de nosotros que parece oponerse a
Dios es real, no encontraremos el
mundo real. No encontraremos la manera de escaparnos. No encontraremos “el
desenlace feliz de todas las cosas”.
Tenemos
que llegar al punto en el que somos conscientes de ese nudo cabezota dentro de
nosotros y conscientes al mismo tiempo de que no es real. Tenemos que llegar al
estado en que lo vemos, lo reconocemos, y nos hacemos responsables de él y, sin embargo lo hacemos sin culpa.
Mirar a la oscuridad del ego sin culpa es posible sólo si, mientras miramos,
hemos abandonado toda creencia en su realidad. Eso es lo que el Espíritu Santo
nos permitirá hacer. Al hacerlo, nos daremos cuenta de que el ego es una
ilusión de nosotros mismos proyectada desde nuestra mente, nada más que una
ilusión, y por lo tanto no es nada por
lo que disgustarnos. “Sí. Veo el nudo de resistencia dentro de mí, pero lo que
veo no está realmente ahí. Lo estoy viendo, pero no es real. No cambia nada la
realidad. Yo soy el Hijo que Dios ama, aunque ahora no pueda verlo”.
Queremos
que el nudo del ego cambie. Queremos que desaparezca ahora mismo. Y mientras
creamos en su realidad, no desaparecerá. El ego es incorregible. El perdón a uno mismo supone aceptar eso acerca de
nosotros. El ego siempre será el ego, ésa es la mala noticia. Pero el ego no es
lo que somos, y ésa es la buena noticia.
Cuando
nos damos cuenta de que estamos escuchando al ego, creyendo en la realidad de
una voluntad ajena, podemos aprender a no lo tomarlo en serio. Es como si
dijéramos: “Otra vez estaba soñando. Ahora elijo despertar”. Y si nos damos
cuenta de que todavía no estamos preparados para despertar del todo, si la
apariencia de la resistencia en nosotros todavía parece real, podemos decir:
“Sí. Veo que todavía no estoy despierto y que todavía parece real, pero al menos me
doy cuenta de que estoy soñando”. El ego no tiene ninguna importancia. Como
Ken Wapnick dice: “No es gran cosa”. Aunque parezcamos atrapados en el sueño,
no tenemos que sentirnos culpables por ello.
Mas ese final es seguro. Pues la Voluntad de Dios se hace en la
tierra, así como en el Cielo. Lo buscaremos y lo hallaremos, tal como dispone
Su Voluntad, la Cual garantiza que nuestra voluntad se hace. (1:5-7)
Toda la furia del ego, toda
la aparente lucha: todo es un sueño. El final
es seguro y la locura del ego no le afecta nada. No hay ninguna voluntad
que se oponga a la de Dios y, por lo tanto, Su Voluntad y la nuestra se hará. De hecho, mi voluntad y la de Dios
son la misma, lo que garantiza el
resultado final. La locura del sueño del ego no tiene efectos, igual que un
sueño no tiene efectos en el mundo físico. La locura del ego es únicamente un
juego de imágenes en la mente, y nada más que eso. Al final no quedará nada más
que pura dicha.
Te damos
gracias, Padre, por Tu garantía de que al final todo tendrá un desenlace feliz.
Ayúdanos a no interferir y demorar así el feliz desenlace que nos has
prometido para cada problema que podamos percibir y para cada prueba por la que
todavía creemos que tenemos que pasar. (2:1-2)
“Ayúdanos a no interferir”.
Ésa es nuestra oración. Resistir al ego, sentirnos culpables por él, luchar por
cambiarlo, o despreciarnos a nosotros por su causa, todas ellas son formas de
interferencia. Todas ellas hacen que el error de creer en el ego parezca real,
creyendo que realmente hay una voluntad ajena dentro de nosotros que se opone a
Dios. No interferir es reconocer que el ego es sólo un sueño acerca de nosotros
mismos, y que no hay que hacer nada acerca de ello. La fuerza más poderosa “en contra”
del ego es el pensamiento: “No importa. No significa nada”. Únicamente
llévaselo al Espíritu Santo y deja que Él se encargue. Di: “¡Vaya! Ya estoy
soñando otra vez”. Y abandónalo.
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