LECCIÓN 250 – 7 de Septiembre
Que no vea ninguna limitación en mí.
1. Permítaseme contemplar al Hijo de Dios hoy y ser un testigo de su gloria. 2Y que no trate de empañar la santa luz que mora en él y ver su fuerza menoscabada y reducida a la fragilidad; que no perciba en él las deficiencias con las que atacaría su soberanía.
2. Él es Tu Hijo, Padre mío. 2Y hoy quiero contemplar su ternura en lugar de mis ilusiones. 3Él es lo que yo soy, y tal como lo vea a él, me veré a mí mismo. 4Hoy quiero ver verdaderamente, para que en este mismo día pueda por fin identificarme con él.
"COMENTARIOS A LAS LECCIONES" de Robert Perry y Ally Watson
Comentario
Comentario
No hay
nada que ver excepto a mí mismo. Si veo a aquellos a mi alrededor como
limitados, me estoy viendo a mí mismo de esa manera, pues “tal como lo vea a
él, me veré a mí mismo” (2:3). La lección no habla del tipo de no tener límites
que se ofrece en los cursillos de autoayuda (“Puedo hacer cualquier cosa que mi
mente se proponga hacer. Puedo lograr todos mis objetivos”), sino de las
limitaciones que le ponemos a la santidad, a la bondad y al amor cuando contemplamos
a otros o a nosotros mismos. ¿Veo hoy a mis hermanos como al glorioso Hijo de
Dios? ¿O les veo con “su fuerza menoscabada y reducida a la fragilidad”? (1:2).
¿Veo “la santa luz” (1:2) brillando en todos a mi alrededor, o está oscurecida
por la oscuridad que he proyectado sobre ellos? ¿Veo la soberanía del Hijo de
Dios, o continúo atacando esa majestad al ver faltas donde no las hay?
Si soy
honesto conmigo mismo, reconoceré que continuamente veo fallos en todos o casi
todos con los que me encuentro. Nadie está a la altura del alto nivel que les
pongo. Mi mente está continuamente comparándome a mí mismo con los demás y
viendo fallos en mí mismo. La percepción de fallos es una: tal como me veo a mí
mismo, veo a los demás; tal como veo a los demás, me veo a mí mismo. ¿Quizá el
problema está en el que ve y no en lo que se ve?
Sin
embargo, puedo elegir ver de otra manera: puedo elegir ver con la visión de
Cristo. Puedo elegir ver luz, ver amor, ver dulzura. Que ésta sea mi elección
hoy, Padre. Cuando me dé cuenta de que estoy percibiendo a Tu Hijo diferente a
como Tú le creaste (a otros o a mí mismo), que reconozca estos pensamientos
como ilusiones nacidas del miedo, y los lleve a Tu Amor. Hoy elijo vigilar mi mente en busca de estos
restos de miedo y pedirle a Tu Espíritu que los aparte para mostrarme lo que
han estado ocultando de mi vista (T.4.III.7:5).
Hoy quiero ver verdaderamente, para que en este mismo día pueda por fin
identificarme con él. (2:4)
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