"COMENTARIOS A LAS LECCIONES" de Robert Perry y Ally Watson
El Segundo Advenimiento de Cristo le confiere al Hijo de Dios este
regalo: poder oír a la Voz que habla por Dios proclamar que lo falso es falso y
que lo que es verdad jamás ha cambiado. (1:1)
Ésta es
una de las magníficas afirmaciones del mensaje final de Un Curso de Milagros: “lo falso es falso y que lo que es verdad
jamás ha cambiado”. Puesto en estas palabras engañosamente simples, el mensaje
casi parece de Perogrullo o repetitivo, como “lo rojo es rojo”. Por supuesto
que “lo falso es falso y que lo que es verdad es verdad”. Eso a la vista está.
Lo que
da a la afirmación su profundidad es el hecho de que no lo creemos. Como se nos
dice en el Texto:
Este curso es
muy simple. Quizá pienses que no necesitas un curso que, en última instancia,
enseña que sólo la realidad es verdad. Pero ¿crees realmente esto? Cuando
percibas el mundo real, reconocerás que no lo creías. (T.11.VIII.1:1-4)
Todos
nuestros problemas pueden resumirse a esto: Nos hemos enseñado a nosotros
mismos que lo falso es verdadero, y que lo verdadero es falso. Creemos que el
cuerpo, el pecado, la culpa, el miedo, el sufrimiento y la muerte son reales. Y
no creemos (o al menos lo dudamos vivamente) que el espíritu, la santidad, la
inocencia, el amor y la vida eterna son reales. La percepción del mundo real
nos muestra que esta última lista (lo real) es verdaderamente real, y la
primera lista (lo falso) es verdaderamente falsa. Y eso es el Juicio Final.
Todo el
proceso de aprendizaje por el que aparentemente estamos pasando nos está
enseñando esta única lección, una y otra vez, en un ejemplo tras otro. Algo que
pensábamos que era real (nuestros propios pecados, o los de nuestros hermanos,
o la muerte, o el ataque, o la separación) se nos muestra que es falso, y que
el amor que pensábamos que estaba ausente se ve que es lo que está siempre
presente. Donde pensábamos ver pecado, ahora vemos inocencia. Donde pensábamos
ver a alguien atacándonos, ahora vemos a nuestro salvador (T.22.VI.8:1).
Y cuando decida hacer uso de lo que se le dio,
verá entonces que todas las situaciones que antes consideraba como medios para
justificar su ira se han convertido en eventos que justifican su amor. Oirá
claramente que las llamadas a la guerra que antes oía son realmente
llamamientos a la paz. (T.25.III.6:5-6)
Intenta
imaginarte cómo sería una situación que justo ahora ves como una justificación
para tu ira, verla transformarse en algo que justifica tu amor. Eso es lo que
hace el milagro. Eso es lo que realmente significa “lo falso es falso y que lo
que es verdad jamás ha cambiado”. El mundo real es una clase de percepción en
la que todo lo que ves justifica tu
amor, porque no hay nada que no
justifique tu amor. Eso es lo que es “real” en el mundo real. Lo que es falso
es que la ira esté justificada: “La ira nunca está justificada”
(T.30.VI.1:1). Lo que es verdad es que el amor siempre está justificado. Por ejemplo, el Amor de Dios por ti
siempre está justificado. El Amor de Dios a tus hermanos siempre está
justificado. Y por lo tanto, tu amor a tus hermanos siempre está justificado.
“Y éste es el juicio con el que a la percepción le llega su fin” (1:2).
Cuando hayamos alcanzado este juicio final acerca de todo, el propósito de la
percepción desaparece. No hay nada más que percibir, porque todo motivo de
separación ha desaparecido, y la unidad se puede conocer una vez más y se
conoce. Ya no nos percibimos unos a otros (lo que supone separación, sujeto y
objeto), en su lugar nos conocemos unos a otros como parte de nosotros mismos,
“totalmente dignos de amor y totalmente
amorosos” (T.1.III.2:3).
En dos frases tenemos el Segundo Advenimiento, el Juicio Final, y el
Último Paso:
Lo primero que verás será un mundo que ha aceptado que esto es verdad,
al haber sido proyectado desde una mente que ya ha sido corregida. Y con este panorama santo, la percepción imparte una
silenciosa bendición y luego desaparece, al haber alcanzado su objetivo y
cumplido su misión. (1:3-4)
El “esto” en lo que vemos que el mundo como habiendo aceptado, es la
afirmación de la frase anterior de que: “lo falso es falso y que lo que es
verdad jamás ha cambiado”. Si el mundo
ha aceptado esta afirmación, ello me indica que esto no es sólo el mundo real
(el mundo que se ve con los ojos del perdón) sino el Segundo Advenimiento, en
el que todas las mentes se Le han entregado a Cristo. La mente sanada y
unificada de la Filiación todavía está proyectando pero “desde una mente que ya
ha sido corregida”, y por lo tanto lo que proyecta es un mundo sanado. Al ver
esta “santa visión”, pronunciamos el Juicio Final que es una bendición
silenciosa, pues como el Curso dice en otro lugar, “El Juicio Final es la última curación, en vez de un
reparto de castigos” (T.2.VIII.3:3).
Con “la última curación” el propósito y la misión de
la percepción (tal como el Espíritu Santo ve su propósito) se han acabado, y
por eso desaparece la percepción; en el siguiente párrafo (2:3) el mundo mismo
(que es el objeto de nuestra percepción) “simplemente
se disuelve en la nada”.
¿Qué sentido tiene entender estos acontecimientos escatológicos?
(Escatología es “La rama de la teología que está relacionada con el fin del
mundo y de la humanidad”, Diccionario Americano Heritage). Representan la meta
hacia la que el Curso nos está llevando. Como el Curso dice en “Cómo Fijar la
Meta” (T.17.VI): cuando aceptas una meta, empiezas a pasar por alto todo lo que
se interpone en su camino, y empiezas a centrar tu atención en las cosas que la
traen. Dice:
El valor de decidir de antemano lo que quieres que ocurra es
simplemente que ello te permite percibir la situación como un medio para hacer
que tu objetivo se logre. Haces, por lo tanto, todo lo posible por pasar
por alto todo lo que interferiría en su logro, y te concentras sólo en lo que
te ayuda a conseguirlo. (T.17.VI.4:1-2)
Si entendemos, aunque sea ligeramente, que el objetivo último es una
bendición silenciosa, una sanación final, pasar por alto todo error y reconocer
la inocencia de toda la creación de Dios y de todas nuestras creaciones,
empezaremos a ver todas nuestras situaciones diarias como “un medio para que ocurra”.
Haremos todos los esfuerzos para pasar por alto todos los pensamientos de
ataque y juicios condenatorios, en nuestra propia mente o en la de otros,
porque veremos los pensamientos de ataque y juicios condenatorios como algo que
impide el objetivo que estamos buscando.
Otro valor de esta comprensión del Juicio Final es que elimina una de
las fuentes de nuestro miedo. Veremos más acerca de ello más adelante en esta
sección, pero por ahora, darnos cuenta de que Dios no está al frente de una
inquisición castigándonos por cada falta minúscula de Sus leyes, supondrá un
gran alivio para muchos de nosotros, influenciados por haber estado metidos en
una cultura en la que la religión está llena de temor a la ira de Dios. La idea
de un Dios airado y vengativo es algo que el Curso hace todo lo posible por
deshacer.
Sin
condena, esto nos parece muy difícil llegar a lograrlo. Durante generaciones se
nos ha enseñado que en el Juicio Final, Dios separará los “buenos” de los
“malos”, el “trigo” de la “cizaña”, y enviará a los malos al castigo eterno.
Preferimos la idea de la venganza, nos parece justicia. Vamos al cine y nos
alegramos cuando los malos son liquidados. Por supuesto, cuando se trata de
imaginarnos a nosotros delante del Juicio Final de Dios, nos ponemos un poco nerviosos,
de hecho, muy nerviosos. Porque sabemos que no somos perfectos.
¿Cómo no
puede haber condena en el Juicio Final? Sólo puede haber una explicación. No
hay condena porque “ve al mundo
completamente perdonado, libre de pecado y sin propósito alguno (2:2). La única
manera de que no haya condena es que el pecado no existe. Todo el mundo y todas las
cosas son completamente perdonados. Y eso nos fastidia. “¿Quieres decir que
los malos no son liquidados al final de la historia?” No nos parece justo
porque creemos que el pecado es real y se merece castigo.
El
antiguo evangelista del siglo 18, Jonathan Edwards (autor del famoso sermón:
“Pecadores en manos de un Dios enfadado) enseñó que el pecado es pecado. Que no
hay grados de pecados, cada pecado es infinitamente pecaminoso y exigía castigo
eterno porque cualquier pecado es un
ataque a un Dios infinito. Como dice C.S.Lewis: la idea de un pecado “pequeño”
es como la idea de un embarazo “pequeño”. Edwards tenía a la gente tan
aterrorizada cuando pronunciaba su sermón que la gente en la iglesia se
agarraba a las columnas de la iglesia por miedo a que el suelo se abriera y los
arrastrara al infierno. Si el pecado fuera real, él tendría razón. Todos
nosotros seríamos infinitamente culpables, y todos nosotros mereceríamos el
castigo eterno. En esta película no hay “buenos”.
Por lo
tanto, si el pecado fuese real, y vengarse de alguien estuviese justificado, vengarse de todos nosotros estaría
justificado. Si los malos fueran liquidados al final de la historia, todos nosotros
seríamos liquidados. Al aferrarnos a la idea de la condena y el castigo, nos
estamos condenando al infierno a nosotros mismos. Y en alguna parte dentro de
nosotros lo sabemos, ¡por eso nos sentimos tan nerviosos!
La única
alternativa es no condenar. El perdón total. Sin pecado en nadie. Y ése es el
mensaje del Curso: “El Hijo de Dios es
inocente” (T.14.V.2:1). Ése será el Juicio Final de Dios, y ése será nuestro
juicio cuando lleguemos al final del viaje.
Pues ve a éste completamente perdonado, libre de pecado y sin
propósito alguno. (2:2)
El
Juicio Final no sólo ve al mundo sin pecado, sino sin propósito alguno. Esta
idea no encaja con la idea de que Dios creó el mundo, ¿crearía Dios algo sin
ningún propósito? Sin embargo, la falta de propósito encaja muy bien con la
idea de que el ego en nuestra mente ha inventado el mundo.
¿Has
mirado alguna vez al mundo y sospechado que no tenía ningún propósito ni ningún
significado? ¿Qué el ciclo sin fin de nacimiento y muerte no parece ir a ningún
sitio? Todos crecemos (algunos con más dificultades que otros, algunos con más
éxito que otros), luchamos en la vida, obtenemos lo que podemos y luego (así lo
parece) todo llega a su fin, y todo lo que hemos logrado y en lo que nos hemos
convertido se pierde (ver T.13.In.2). ¿Qué sentido tiene? Muchos, especialmente
entre los jóvenes de hoy en día, han aceptado este punto de vista, y han caído
en la desesperación y la indiferencia.
Y sin
embargo, este punto de vista es válido. De hecho, ¡el Juicio Final lo confirmará!
El mundo no tiene propósito. Es el
producto de una mente enloquecida por la culpa (T.13.In.2:2). Sin embargo, la
comprensión de ello no tiene por qué llevar a la desesperación, puede ser el
trampolín a la dicha eterna. Visto sin propósito, al fin podemos pasarlo de
largo y recordar nuestro verdadero hogar en Dios.
Cuando toda la creación,
cuando cada mente, haya aceptado por fin la nueva percepción del mundo como un
mundo sin pecado y sin propósito, llegará el final del mundo. Pienso que “al no tener causa” se refiere a ver el mundo sin
pecado pues, según el Curso, el pecado y su compañero la culpa han causado el
mundo. Entonces “al no tener función” significaría lo mismo que “sin propósito”
(2:2). Para el ego, el propósito del mundo es la destrucción o castigo. Una vez
que la causa y la función del mundo han sido eliminadas de todas las mentes, el
mundo “simplemente se disuelve en la nada” (2:3).
Como
dice el Manual para el Maestro: “El mundo acabará cuando su sistema de
pensamiento se haya invertido completamente” (M.14.4:1). Puedes leer esta
hermosa sección entera (¿CÓMO ACABARÁ
EL MUNDO?), (especialmente su conmovedor párrafo final). En la visión
del Curso, el fin del mundo no es un cataclismo, ni un gran triunfo de
ejércitos celestiales, sino una serena desaparición, simplemente la
desaparición de una ilusión cuya aparente necesidad ha terminado.
“Ahí (en
la nada) nació y ahí ha de terminar” (2:4). Dicho de otra manera, el mundo
nació de la nada, y no quedará nada cuando desaparezca. Únicamente los
pensamientos de amor que se han manifestado son reales y eternos. Todo lo demás
desaparece, incluso “las figuras del sueño”, es decir, nuestro cuerpo
“desaparecerá (2:5-6), pues ha desaparecido el pecado como su causa y la muerte
como su propósito.
Como
hemos leído a menudo antes, en las secciones “¿Qué es?” y en el Texto, el ego
inventó el cuerpo para sus propósitos. El Espíritu Santo nos invita a utilizar
el cuerpo para Sus propósitos mientras estamos en el sueño. Él nos lleva a
darnos cuenta de que “lo falso es falso y que lo que es verdad jamás ha
cambiado” (1:1), y una vez que todos nosotros hemos logrado ese propósito, el
cuerpo ya no tiene ningún propósito. Simplemente desaparece.
Una
última frase se añade: “pues el Hijo de Dios es ilimitado” (2:6). El cuerpo desaparece porque el Hijo de Dios es
ilimitado, y el cuerpo es un límite. Cuando nuestra mente haya regresado a
Cristo, completamente, ya no tendremos necesidad de ninguna limitación. Lo que
somos no tiene límites, y un cuerpo limitado no nos serviría de nada.
Éste es
el “final de todas las cosas”, tal como el Curso lo ve. Entonces, ¿cómo
deberíamos vivir ahora, todavía dentro del sueño, pero sabiendo que éste es su
final? Necesitamos aprender cómo considerarlo (el final) y estar dispuestos a
encaminarnos en esa dirección (M.14.4:5). Trabajamos con el Espíritu Santo, hoy
y todos los días, al aprender a contemplar el mundo sin condena, para verlo
completamente perdonado. Le permitimos que nos enseñe que no hay propósito en el mundo, y poco a poco conseguimos
abandonar nuestro apego al mundo. Nos abrimos cada vez más a la visión del Hijo
ilimitado de Dios, visión que va aumentando dentro de nosotros.
Tú que creías que el Juicio Final de Dios condenaría al mundo al
infierno junto contigo, acepta esta santa verdad: el Juicio de Dios es el
regalo de la Corrección que le concedió a todos tus errores. Dicha Corrección
te libera de ellos y de todos los efectos que parecían tener. (3:1)
La
mayoría de nosotros, al menos en la sociedad occidental, hemos crecido creyendo
en algún tipo de infierno. Decimos: “Dios te hará pagar por eso”. Nos
insultamos unos a otros diciendo: “¡Vete al infierno!” Intelectualmente podemos
haber rechazado la idea de un infierno literal, con llamas y demonios y
horquillas, sin embargo, la idea está entre nuestros pensamientos. Hay un miedo
visceral de lo que puede haber después de la muerte, que nos corroe por dentro,
negado, reprimido, pero todavía… ahí. Si creemos en Dios, como muchos, nos
acecha constantemente la preocupación por cómo nos juzgará, cómo juzgará
nuestra vida.
Entonces, el Curso nos aconseja: “acepta esta santa verdad”. El Juicio
de Dios no es una condena, sino un regalo: el regalo de la Corrección. No un
castigo sino una sanación. No “no hay salida” sino la escapatoria. El Juicio
Final no menciona cada uno de nuestros errores y luego nos encierra con sus
consecuencias para toda la eternidad. No, corrige nuestros errores y nos libera
de ellos, y no sólo “de los errores sino también de todos los efectos que
parecían tener”.
Piensa en ello. ¿Cómo te sentirías si supieras sin ninguna duda que
estás libre de todos tus errores y de todos sus efectos? ¡Eso sería el júbilo
total! El “Aleluya” a pleno pulmón. Pero, el Curso nos dice que eso es la verdad, ésa es “la verdad que jamás ha cambiado” (1:1).Estamos
libres de nuestros errores y de sus efectos, siempre lo hemos estado, y siempre
lo estaremos. Eso es lo que todos juntos llegaremos a aceptar en ese instante
del Juicio Final. Y eso es lo que estamos aprendiendo a aceptar para nosotros
mismos, y a enseñárselo a todos nuestros hermanos. Nos liberamos unos a otros
de nuestros pecados, para que aquellos que liberamos, a su vez, puedan
liberarnos a nosotros.
Tener miedo de la gracia redentora de Dios es tener miedo de liberarte
totalmente del sufrimiento, del retorno a la paz, de la seguridad y la
felicidad, así como de tu unión con tu propia Identidad. (3:2)
Si en el
Juicio final no hay condena, si todos nosotros estamos libres de todos nuestros
errores y de todos los efectos que parecían tener, ¡qué locura tener miedo al
Juicio Final! Los evangelistas de la calle proclaman con sus pancartas:
“¡Prepárate para encontrarte con tu Dios!”, están transmitiendo un mensaje de
miedo: “¡Ten cuidado! Pronto estarás ante el trono de Cristo para ser juzgado,
y si no estás preparado, serás condenado”. En el Curso, Jesús nos dice que no
hay razón para el miedo. Tener miedo al Juicio de Dios es tener miedo a todo lo
que queremos: la completa liberación del sufrimiento. El Juicio de Dios no
condena, sino que salva.
Sufrimos
debido a nuestra culpa, el perdón nos libera. Sentimos angustia debido a
nuestro miedo, el perdón nos devuelve la paz y la seguridad y alegría. Vivimos
alejados de nuestra Identidad debido a nuestra creencia en el pecado, pero el
perdón nos devuelve la unión con nuestro Ser.
Nuestro
miedo a Dios está profundamente arraigado. Cuando Dios se acerca, reaccionamos
como un animal salvaje atrapado, feroz, cruel y aterrorizado. ¡Oh, alma mía!
¡Él sólo viene con sanación y liberación! Él viene a traernos todo lo que
siempre hemos querido y más. No tengas miedo. En el nacimiento de Jesús, “El
ángel les dijo: ‘No temáis pues os anuncio una gran alegría, que lo será para
todo el pueblo’” (Lucas 2:10). Eso es lo que se nos pide que creamos, que
debajo de toda la apariencia de terror, de muerte y de venganza que hemos
puesto encima, la creación de Dios es pura dicha, puro amor, pura paz, perfecta
seguridad. Dios nos espera, no para castigarnos sino para acogernos para
siempre en Sus amorosos brazos.
El Juicio Final de Dios es tan misericordioso como cada uno de los
pasos de Su plan para bendecir a Su Hijo y exhortarlo a regresar a la paz
eterna que comparte con él. (4:1)
El plan
de Dios y su final se caracterizan por una cosa: la misericordia. El resultado
final es misericordioso, y cada paso a lo largo de nuestro aprendizaje será
misericordioso. Dios tiene un plan, y ese plan es llamarnos a “regresar a la
paz eterna que comparte con” nosotros. Cualquier parte de ese plan es
misericordiosa.
Algunas
veces, aunque pensemos que el final será misericordioso, pensamos que las
dificultades, el dolor y el sufrimiento son necesarios en el camino. Yo no lo
creo. Pienso que la naturaleza misericordiosa del resultado está también en
todo el camino. Cada parte de él está dirigido a liberarnos del sufrimiento. “No hay que sufrir para aprender” (T.21.I.3:1). Cuando, en nuestra
ceguera, elegimos dolor, puede ser usado para enseñarnos; pero no es necesario
que sea de ese modo. El único deseo de Dios es liberarnos de nuestro
sufrimiento.
Y al
final, Él nos liberará. Al final, conoceremos la totalidad de Su misericordia,
la firmeza de Su Amor, y el brillante esplendor de Su dicha. En el corazón del
universo, Dios es una extensión infinita de bienvenida.
El Juicio Final es
únicamente Amor. Es Dios reconociendo a Su Hijo como Su Hijo (4:3). En el
examen final, el Amor de Dios a nosotros es lo que “sanará todo pesar, enjugará todas las lágrimas, y nos despertará
tiernamente de nuestro sueño de dolor” (4:3). Podemos pensar, y ciertamente lo
pensamos, que algo distinto al Amor de Dios podrá hacer eso por nosotros.
Debemos pensar eso, o de otro modo, ¿por qué pasamos tanto tiempo buscándolo?
Sin embargo, el Amor continúa esperando a que lo recibamos. Seguimos buscando
en cualquier otro sitio porque, en nuestra locura, tenemos miedo del Amor que
se nos está ofreciendo.
Nuestro
ego nos ha enseñado a tener miedo a Dios y a Su Amor. Tenemos miedo de que, de
algún modo, nos tragará y nos hará desaparecer. Pero ¿podría hacer eso el Amor
y seguir siendo Amor? Se nos dice dos veces (4:2, 4:4) que no tengamos miedo al
Amor. Que es el único modo de mirar a todo lo que estamos aprendiendo: no tener
miedo al Amor. En lugar de eso, se nos pide que “le demos la bienvenida” (4:5). Y es tu aceptación del Amor, y la mía, la
que salvará y liberará al mundo.
Tenemos
miedo de que, al abrirnos al amor, nos harán daño. A menudo nos parece que tomar
el camino del amor es tomar el camino de la debilidad. Se le da tanta
importancia a tener cuidado del Número Uno, a establecer nuestros límites, a
mantener nuestras distancias, a evitar que nos ataquen. Esas cosas tienen su lugar
para estar seguros, y sin embargo, a veces pienso que son excusas para la
separación, excusas para permanecer aislados, excusas para evitar el amor. Dar
amor parece difícil, y recibirlo todavía más difícil. Sin embargo, al final
abrirnos tanto a dar como a recibir amor, que en realidad son lo mismo, es todo
lo que se necesita. Somos amor, y únicamente al abrirnos completamente al Amor,
descubriremos esa verdad de nuestro propio Ser.
Leo
estas frases una y otra vez, siento que necesito oírlas a menudo, porque soy
consciente de la parte de mi mente que no lo cree.
Soy
inocente para siempre. Y sin embargo, a veces me siento culpable. He hecho
cosas en mi vida de las que no me siento orgulloso. He fallado a otros. No he
estado allí cuando esperaban que estuviera allí. He abandonado al amor. He
dicho cosas con la intención de hacer daño. He engañado. Como todos, tengo un
montón de cosas que lamento del pasado. Pero Dios me ve siempre inocente. Para
mí, una de las frases más conmedoras del Curso es: “Tú no has perdido tu
inocencia” (L.182.12:1). A veces pienso que la mejor definición del “milagro”
es el cambio de percepción que nos permite vernos a nosotros mismos
completamente inocentes. Para nosotros es extremadamente difícil ver esto de
nosotros mismos, para mí esto es uno de los principales valores de una relación
santa. El Curso nos dice que solos no podemos vernos a nosotros mismos
completamente inocentes, necesitamos a otro con quien aprender esto juntos.
Soy
amoroso para siempre. De nuevo, hay pruebas en mi pasado que contradicen esto.
El Curso dice que eso es falso, que no estamos viendo la totalidad de la
imagen, y que lo que parecía ser no amoroso era en realidad nuestro propio
miedo y una petición de amor. Sentimos dolor por lo que hemos hecho, pero el
Juicio Final nos liberará de ese dolor para siempre, y podremos ver que siempre
hemos sido amorosos y que lo somos para siempre. Nada de lo que hemos hecho ha
cambiado esto.
Soy
amado por siempre. ¡Ah! Esto es a veces difícil de creer, y por las mismas
razones: no nos sentimos dignos de ser amados y a veces no nos amamos a
nosotros mismos. Recuerdo haber participado en una meditación guiada en la que
me sentí dirigido a extender amor, bendiciones y comprensión compasiva a cada
uno de los de la sala, y luego a los del barrio, y después al mundo entero. Y
luego imaginarme a mí mismo mirando hacia abajo al mundo desde arriba, para
verme a mí mismo sentado allí y extender ese mismo amor, bendiciones y
comprensión compasiva a mí mismo. Sentí que algo se derretía muy dentro de mí,
la severidad de los juicios a mí mismo se derretía cediéndole el lugar a la
compasión, y lloré ¡Qué duros somos con nosotros mismos! ¡Y qué pocas veces nos
damos cuenta de lo fuertemente que nos atamos a nosotros mismos al banquillo
del juicio y de los acusados!
Soy tan
ilimitado como mi Creador. Eso pone a prueba mi credulidad y mi comprensión. El
lugar al que el Curso nos está llevando, donde se comprende que esto es verdad, está mucho más allá de lo
que nos imaginamos.
Soy
absolutamente inmutable, sin cambios. La experiencia del cambio constante, de
los cambios de humor, de los altibajos, no es lo que yo soy. El Curso me dice: “No eres tú el
que es tan vulnerable y susceptible de ser atacado que basta una palabra, un
leve susurro que no te plazca, una circunstancia adversa o un evento que no
hayas previsto para trastornar todo tu mundo y precipitarlo al caos”
(T.24.III.3:1). Eso es lo que pienso que soy, pero eso no soy yo, no mi
verdadero Ser.
Soy
absolutamente inmaculado para siempre. Puro significa sin contaminación, sin
cambio ni alteración. A menudo me siento como una mezcla enfermiza de bondad,
maldad e indiferencia. Eso no es lo que yo soy. Yo soy puro, sin mezclas.
Y en el
Juicio Final de Dios yo sabré esto, lo sabré todo. Puedo saberlo ahora. Puedo
oír Su Voz a mí hoy, ahora, en el instante santo. Este mensaje es lo que se me
comunica sin palabras cada vez. Entro en Su Presencia. Este mensaje es lo que
se me da a mí, y a ti, para compartirlo con el mundo.
“Despierta, pues, y regresa a Mí. Yo soy tu Padre y
tú eres Mi Hijo”. (5:2-3)
El
Juicio Final de Dios termina con esto, completando la afirmación que tratamos
ayer. Nos cuesta mucho aceptar todas las cosas que aquí se mencionan que Dios
está diciendo de nosotros. Necesitamos despertar del sueño en el que su opuesto
parece verdadero, y regresar al Padre que nunca ha dejado de amarnos con un
amor eterno. “Tú eres Mi Hijo”. Eso es lo que todos deseamos de verdad oír, y
todos nosotros (como el hijo pródigo en la Biblia) tenemos miedo de haber
perdido el derecho a oírlas. El hijo pródigo estaba tan lleno de culpa que
regresó a su padre esperando que, en el mejor de los casos, fuese aceptado y tratado
como un criado. En lugar de eso, recibió la bienvenida con un banquete. Su
padre salió a su encuentro en el camino.
¿Tenemos
miedo de acercarnos a Dios? ¿Dudamos de dirigirnos a Él? ¿Nos sentimos
avergonzados acerca de cómo hemos vivido y de lo que hemos hecho con los
regalos que Él nos ha dado? Él no está enfadado. Él no está avergonzado de
nosotros. Lo único que Él sabe es que somos Sus Hijos, los que Él ama. Y nos
está llamando para que regresemos a Él, para que salgamos de la pesadilla en la
que nos hemos perdido y olvidado de nosotros mismos, nos está esperando para
darnos la bienvenida una vez más a Sus amorosos brazos.
Eso es , yo cuando amo a mi hijo no le juzgo y pienso, cuando regrese a mi o me pida un abrazo se lo daré y simplemente no juzgo y simplemente le amo..... eso hago yo y nuestro padre en los cielo lo hará igual o mejor como poco......
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