¿Qué es el Cristo?
(Parte 1)
L.pII.6.1:1-2
Cristo es el Hijo de Dios tal como Él lo creó. (1:1)
Esto es
lo que estamos aprendiendo a ver unos en otros, para que podamos recordar verle
a Él en nosotros mismos. Cristo es la creación original de Dios, antes de que
nosotros lo “reinventáramos” y pintáramos otra imagen sobre la obra perfecta de
Dios. Queríamos ser otra cosa, y por eso hemos percibido otra cosa en todos a
nuestro alrededor. Ahora estamos aprendiendo a dejar a un lado las imágenes que
hemos inventado para descubrir de nuevo la obra maestra debajo de la
falsificación.
Cristo es el Ser que compartimos y que nos une a unos con otros, y
también con Dios. (1:2)
Cristo
es el Hijo de Dios. Todos nosotros somos aspectos de ese único Hijo. (Creo que
parte de la razón por la que el Curso usa “Hijo” en lugar de “hijos e hijas”es
porque ésta última frase indica una separación que no existe en la creación de
Dios). Nuestro Ser original, nuestro único Ser real, es un Ser que compartimos
con todos. Una razón por la que nos resistimos a conocer este Ser es porque no
es “mi” ser para mí solo, es nuestro
Ser. Para reclamar a Cristo como mi Ser, no puedo excluir a nadie porque el Ser
que estoy reclamando es un Ser universal, de Quien todos somos parte.
No sólo
estamos unidos unos a otros en este Ser, sino que también estamos unidos a Dios
(1:2). Sin Dios este Ser no existiría, Dios es Su Causa, Su Fuente y Su
Sustento. No puede estar separado de Dios. No puede ser independiente de Él.
Tampoco se puede oponer a Dios en ningún modo, todas las características de
este Ser proceden y surgen del propio Ser de Dios.
L.pII.6.1:3-5
Cristo
es “el Pensamiento que todavía mora en la Mente que es Su Fuente” (1:3). El
Curso nos enseña que nuestra realidad es un Pensamiento dentro de la Mente de
Dios. Una y otra vez el Curso insiste en que las ideas no abandonan su Fuente.
Permanecen en la mente que las está pensando. Una idea no puede separarse de la
mente, es una parte de la mente, una función de la mente que la piensa. Y somos
eso en relación con Dios. La separación entre nuestro Ser y la mente de Dios es
igual de imposible que la separación entre una idea y la mente que la piensa.
Mi verdadero Ser, tu verdadero Ser, nuestro verdadero Ser, es el Cristo.
Nuestro Ser jamás ha abandonado nuestro santo hogar (1:4) en la Mente de Dios.
Eso es un hecho. Basado en ese hecho, cualquier cosa que parezca lo contrario
debe ser una mentira, una ilusión. No estamos caminando sin rumbo en este
mundo, “en Dios estás en tu hogar, soñando con el exilio” (T.10.I.2:1). Nuestra
separación es sólo un sueño, no una realidad; por eso el Curso está tan seguro
del resultado final.
No
hemos abandonado a Dios, y puesto que no lo hemos hecho, no hemos perdido
nuestra inocencia (1:4, también L.182.12:1). Todas las cosas horribles que
podemos pensar que hemos hecho o dicho no tienen realidad en la verdad, son
parte del sueño del exilio. Todavía estamos en el hogar. ¿Has soñado alguna vez
que hiciste algo terrible o vergonzoso, y luego te despertaste aterrorizado,
horrorizado, y sentiste luego un gran alivio de que no fuera verdad? “¡Sólo fue
un sueño!” Algún día todos nosotros tendremos esa experiencia a gran escala,
nos despertaremos y nos daremos cuenta de que todo este mundo fue un sueño, que
nunca ocurrió. A pesar de todo lo que nos hemos imaginado, despertaremos y nos encontraremos
a nosotros mismos “inmutables para siempre en la Mente de Dios” (1:5).
L.pII.6.2:1-3
Cristo
es el eslabón que nos mantiene unidos a Dios (2:1). Si de algún modo somos
conscientes del Cristo dentro de nosotros, parece que Él es sólo una parte de
nosotros, quizá una pequeña parte o una parte escondida. Ésa no es la realidad
(3:2), pero así es como nos parece. Y sin embargo cada uno de nosotros es
consciente de algo dentro de nosotros
que es mucho más que lo que parecemos ser, algo que nos une a Dios.
Probablemente no estaríamos leyendo este Curso si no tuviéramos esa
consciencia. Y ésta por muy pequeña y escondida que pueda parecer, nos une a
Dios. Sabemos eso de algún modo.
Si esa
unión es real, entonces la separación no es real. “La separación no es más que
una ilusión de desesperanza” (2:1). Si estamos unidos a Dios y somos uno con
Él, entonces no estamos separados, y todo lo que parece decirnos que lo estamos
no es más que una ilusión. En cada uno de nosotros, en el Cristo dentro de nosotros,
“toda esperanza morará por siempre en Él” (2:1). Algo en nosotros sabe que esto
es verdad. La unión con Dios no se ha roto. Cada uno de nosotros tiene este
aliado escondido en su corazón. Dentro de mí, dentro de ti, dentro de todos,
está el Cristo. El Curso confía en este hecho totalmente porque Jesús, que
recordó a Cristo su Ser, sabe que es
así.
Tu mente es parte de la Suya, y Ésta de la tuya. (2:2)
Él está
ahí, en ti. Y tú estás en Él. Como la Biblia dice, todo lo que estamos haciendo
es dejar que la mente de Cristo more en nosotros. Estamos reconociendo esta
parte de nuestra mente que hemos negado y de la que hemos dudado. Su mente está
en nosotros, y esto es nuestra salvación. Es parte de nosotros, no podemos
perderlo, incluso aunque lo queramos.
En esta
parte de nuestra mente “se encuentra la Respuesta de Dios” (2:3). La Respuesta
a la separación. La Respuesta al dolor y al sufrimiento. La Respuesta a la
desesperación. La Respuesta a todos los problemas. La Respuesta está en ti. La
Respuesta es parte de ti. No está
fuera, no puede encontrarse en nada del mundo, tampoco en nadie más. Ya la
tienes. Ya lo eres. La Respuesta está
en ti.
En esta
parte de nuestra mente “ya se han tomado todas las decisiones y a los sueños
les ha llegado su fin” (2:3). Lo que esto significa es tan maravilloso que
apenas podemos creerlo. Hay una parte de nuestra mente en la que todos
nosotros, cada uno de nosotros, ya ha
decidido a favor de Dios. Ya hemos elegido la paz. Ya hemos abandonado todo
ataque y todo juicio. Y todos nuestros sueños ya han desaparecido. Con este
conocimiento podemos estar absolutamente seguros de que “lo lograremos”. Porque
el Cristo en nosotros ya lo ha logrado.
Todo lo
que queda por hacer es reconocer que esta “parte” de nosotros es todo lo que
existe realmente. Todo lo que queda es abandonar todo lo demás, excepto esto.
No necesitamos alcanzar la iluminación, necesitamos únicamente aceptar que ya
se ha logrado. Ésta es la verdad, y todo lo que estamos haciendo en este mundo
es aprender a “negar la negación de la verdad” (T.12.II.1:5), abandonar “los
obstáculos que impiden experimentar la presencia del amor, el cual es tu
herencia natural” (T.In.1:7).
L.pII.6.2:4-5
El
Cristo es la parte de nuestra mente en la que se encuentra la Respuesta de Dios
(2:3). Esta parte de nuestra mente no se ve afectada por nada que los ojos del
cuerpo puedan percibir (2:4). Nuestra mente, tal como somos conscientes de
ella, se ve más que afectada por lo que nuestros ojos ven, está dominada por
ello, y sacudida como una hoja al viento (¡como muy bien saben los
publicistas!). Pero hay algo en nosotros, en algún lugar de nosotros, que está
de acuerdo con esta afirmación de que no se ve alterado o perturbado por las
percepciones físicas. Permanece perfectamente en calma a pesar de lo que
parezca suceder a nuestro alrededor. Permanece completamente amorosa, sin que
importen qué ataques se le hagan a nuestro amor. Esto es el Cristo, nuestro
verdadero Ser.
Lo que
estamos practicando es hacernos conscientes de esta parte de nosotros mismos.
En los instantes santos que pasamos escuchando en silencio estamos intentando
conectarnos con este centro silencioso y sereno de nuestro ser. Ésta es la Voz
que intentamos escuchar, una Voz de una quietud majestuosa y de una total
serenidad. El Cristo no es un ser extraño, algo separado de nosotros que
tenemos que aprender a imitar. Él es
nuestro Ser. Él es como el ojo del huracán. Cuando nuestra mente está agitada y
aparentemente sin control, si queremos abandonar lo que nos causa agitación,
podemos entrar en ese ojo de la tormenta y encontrar la paz dentro de nosotros,
que siempre está ahí. En el momento en que lo hacemos el cambio es tan
sorprendente que no hay confusión posible. El estruendo del viento se para. La
explosión de los elementos se detiene de repente. No hay nada más que paz. En
este centro tranquilo de nuestro ser, todos los acontecimientos de nuestras
vidas que nos han llevado de acá para allá, indefensos ante su agarre, no
tienen efecto alguno. Y en ese momento sabemos: “Esto es lo que Yo soy”.
Debido
a la confusión de nuestra mente, debido a que hemos inventado un aparente
problema donde no hay ninguno, el Padre ha puesto en Cristo “los medios para tu salvación” (2:5),
la Respuesta a nuestras ilusiones. Y sin embargo, este Cristo permanece sin ser
afectado por los “problemas”, completamente puro, Él “no conoce el pecado” (2:5). La Respuesta al pecado está en Él y,
sin embargo, en Él habiéndose Respondido al problema, ni siquiera existe. La
perfección de Cristo no ha sido manchada por nuestra locura. Todavía es tan
perfecto como en el instante en que fue creado. Y Él es yo. “Soy el santo Hijo de Dios Mismo” (L.191). Aquí, en la
quietud del Ser de Cristo, sé que todos mis “pecados” no son nada, que no
tienen ningún efecto. Aquí soy más que inocente, aquí soy santo. Todas las
cosas son santas. Y nada irreal existe.
L.pII.6.3:1-3
Cristo,
nuestro Ser, es “el hogar del Espíritu Santo” (3:1). El Curso a menudo se
refiere al Espíritu Santo como “la Voz que habla por Dios”, esta Voz procede de
nuestro Ser, el Cristo. Éste es Su Hogar, donde el Espíritu Santo “reside”, por
así decirlo. Cuando sentimos un impulso interno en una dirección determinada,
o, como en el caso de Helen Schucman (que escribió el Curso), parece que oímos
palabras de verdad que se nos hablan dentro de nuestra mente, es la presencia
dentro de nosotros de esta “parte” de nuestra mente la que lo hace posible.
Cristo es el eslabón que nos mantiene unidos a Dios (2:1). Si Cristo no
existiese dentro de nosotros, no oiríamos estos mensajes, porque el eslabón que
nos une a Dios no existiría. (Para ir un poco más lejos, ¡si no existiese esa
unión con Dios, no existiríamos en absoluto!). Por lo tanto, el hecho de que sentimos estos mensajes internos que nos
llevan en dirección a Dios y al amor demuestra que la unión con Dios todavía
existe dentro de nosotros. Eso, a su vez, confirma lo que el Curso dice: “¡No
estamos separados de Dios!”.
Cristo
se siente a gusto únicamente en Dios (3:1). De nuevo, esto podemos sentirlo en
nuestra propia experiencia. El sentimiento de no sentirnos en nuestro hogar en
este mundo es casi universalmente reconocido; en un momento u otro, parece que
todo el mundo se ha sentido así, algunos de manera más intensa que otros quizá,
aunque todos lo hemos sentido de algún modo. ¿De dónde procede ese sentimiento?
¿Es posible que no estemos en nuestro
hogar en este mundo? Dado lo extendido de esta experiencia, ¿no es probable que
haya una parte de nosotros que realmente no se siente en el hogar aquí, sino
sólo en Dios? El Curso nos aconseja que escuchemos esta Voz Interior que parece
llamarnos a regresar a nuestro hogar, un hogar que no podemos recordar con
claridad, pero que de alguna manera sabemos que es real. (Ver especialmente en
el Texto “La Canción Olvidada” (T.21.I), o la Lección 182 “Permaneceré muy quedo por un
instante e iré a mi hogar”)
“Cristo
permanece en paz en el Cielo de tu mente santa” (3:1), como ya hemos explicado
en los últimos dos días. Suceda lo que suceda en el exterior, el Cristo en
nuestra mente permanece eternamente en paz.
Él es la única parte de ti que en verdad es real. Lo demás son sueños.
(3:2-3)
Ésta es
una afirmación fundamental. Para la mayoría de nosotros, esta parte de nuestra
mente que está eternamente en paz, parece muy lejana y escondida, algo con lo
que entramos en contacto en momentos de profunda meditación. La parte que nos
parece “real” de nuestra consciencia es la parte agitada y confusa. Podemos
reconocer que el Cristo en nuestro interior es real, pero sólo parece ser una
pequeña parte de lo que somos. En realidad, esta lección dice que esa parte
profundamente tranquila y santa es lo
único real de lo que pensamos que somos, el resto son sueños.
Pienso
que esto a menudo nos causa miedo a muchos de nosotros. La idea de que la mayor
parte de lo que pensamos acerca de nosotros no es real en absoluto sino sólo un
sueño, es bastante aterradora. Nos hemos identificado tanto con estos aspectos
de nosotros y nos hemos convencido tanto de su realidad, que nos asusta la idea
de que puedan desaparecer si entramos en contacto con el Cristo dentro de
nosotros. Parece una especie de muerte o de destrucción, como si la mayor parte
de nuestra persona fuera a borrarse en una especie de lobotomía cósmica. El
Texto habla a menudo y con fuerza acerca de nuestro miedo a encontrar nuestro
Ser (ver, por ejemplo el Capítulo 13, Secciones II y III del Texto). Una de
esas afirmaciones es:
Has construido todo tu demente sistema de pensamiento porque crees
que estarías desamparado en Presencia de Dios, y quieres salvarte de Su Amor
porque crees que éste te aniquilaría. Tienes miedo de que pueda alejarte
completamente de ti mismo y empequeñecerte porque crees que la magnificencia
radica en el desafío y la grandeza en el ataque. (T.13.III.4:1-2)
Piensa
en esto desde el otro lado de la pregunta por un momento. ¿Y si la mayor parte
de lo que pensamos acerca de nosotros es
sólo un sueño? ¿Qué perderíamos si desapareciera? Nada. Nada, excepto los
sueños de dolor y sufrimiento, nada excepto nuestra profunda sensación de
soledad.
La
iluminación no destruye la personalidad individual. No destruye nada en
absoluto, sólo elimina los sueños y las ilusiones. Quita lo que no es verdad ni
nunca lo ha sido. El Cristo es la única “parte” de nosotros que es real, y la
única pérdida que experimentaremos es la pérdida de cosas que jamás han existido.
L.pII.6.3:4
Lo demás son sueños. Mas éstos se le entregarán a Cristo, para que se
desvanezcan ante Su gloria y pueda por fin serte revelado tu santo Ser, el
Cristo. (3:3-4)
Puedo
pensar: “De acuerdo. Cristo es la única parte real de mí. Todo el resto, todas
esas cosas que pienso de mí la mayor parte del tiempo, son sólo sueños. Pero
estos sueños me parecen muy, muy reales.
¿Qué diablos hago con todos estos sueños? La respuesta está en estas palabras:
“éstos se le entregarán a Cristo”. El Curso a menudo nos pide que hagamos esto
de varias maneras, habla de llevar nuestra oscuridad a la luz, o de llevar
nuestras fantasías a la realidad, o nuestras ilusiones a la verdad. Nosotros,
en nuestra confusión no podemos ver la verdad acerca de nosotros o de otros,
porque estamos cegados por nuestras ilusiones. El Espíritu Santo fue creado
para nosotros para que viese la verdad en nuestro nombre hasta que podamos
verla por nosotros mismos (T.17.II.1:6-8). Él representa a Cristo para
nosotros, en nosotros. Nosotros Le traemos nuestros sueños a Él, y Él los
transforma en la verdad (ver 4:1).
En
términos prácticos esto significa que cuando me doy cuenta de que estoy viendo
desde el punto de vista del ego de la separación y el ataque, necesito aquietarme,
y dulcemente exponerle estas creencias al Espíritu Santo dentro de mi mente.
Necesito decirle: “Así es como estoy viendo las cosas. Muéstrame cómo las ves
Tú. Quiero verlas de manera diferente”.
Cuando
descubrimos pensamientos oscuros en nuestra mente, pensamientos de ira, de
celos, de autocompasión y desesperación, nuestra respuesta natural (del ego) es
esconderlos, a menos que estemos tan ciegos como para identificarnos totalmente
con ellos y justificarlos. Avergonzados de nuestros pensamientos erróneos,
intentamos ocultarlos debajo de la alfombra y fingir que no están ahí. Esto no
los hace desaparecer, sólo hace que queden sepultados. Por ejemplo, al hablar
del odio del ego, el Curso nos enseña que buscamos relaciones de amor
especiales para compensar nuestro odio. Dice:
No puedes limitar el odio. La relación de amor especial no lo
contrarrestará, sino que simplemente lo ocultará donde no puedas verlo. Mas es
esencial que lo veas, y que no trates de ocultarlo. (T.16.IV.1:5-7)
Esconder
nuestros pensamientos desagradables es negación. Y lleva directamente a la
proyección (vemos nuestros pensamientos escondidos realizados por otros).
Pensamos que ganamos puntos del ego al condenar a otras personas. Cuando nos
disgustamos por los errores de otros, esto es lo que está sucediendo
(T.17.I.6:5).
En
lugar de eso, cuando no intentamos esconder nuestro ego, sino que
voluntariamente lo llevamos a la luz dentro de nosotros para que desaparezca, desaparece. No necesitamos entender cómo
sucede esto, porque nosotros no lo hacemos; el Espíritu Santo lo hace
(T.17.I.6:3-4). De lo único que tenemos que ocuparnos es de estar dispuestos a
que suceda. Cuando desaparecen las ilusiones que están ocultando la verdad,
nuestro santo Ser, el Cristo, nos es revelado al fin (3:4).
L.pII.6.4:1
“El
Espíritu Santo se extiende desde el Cristo en ti hasta todos tus sueños, y los
invita a venir hasta Él para que puedan ser transformados en la verdad” (4:1).
Por lo tanto, que no Le esconda hoy ninguno de mis sueños. Que ninguna
sensación de vergüenza me impida llevárselos. Él no me condenará. Él no se
asusta por nada de lo que ve en nosotros, nada Le afecta. Al contrario, “Cristo
ama lo que ve en ti” (T.13.V.9:6), pues Él pasa de largo la ilusión de pecado y
sólo ve la realidad del amor que ha estado ocultando.
En cada
pensamiento de ataque Él ve nuestra petición de amor. En cada temblor de miedo
Él oye una petición de ayuda. En todos nuestros deseos de cosas de este mundo
Él contempla nuestro deseo de estar completos. Cualquier cosa que Le llevemos,
Él lo transforma en la verdad. Nada queda fuera del alcance de la salvación,
nada queda fuera del alcance de la Expiación. “La tarea del Espíritu Santo
consiste, pues, en reinterpretarnos a nosotros en nombre de Dios”
(T.5.III.7:7). Todo lo que Le llevamos, lo transforma en la verdad. Pero sólo
si lo llevamos a Él. Si lo escondemos, Él no puede ayudarnos.
Llévale, por lo tanto, todos tus pensamientos tenebrosos y secretos,
y contémplalos con Él. (T.14.VII.6:8)
Ábrele todas las puertas y pídele que entre en la oscuridad y la
desvanezca con Su luz. (T.14.VII.6:2, debería leerse todo el párrafo)
L.pII.6.4:2-3
¿Qué
hace el Espíritu Santo con nuestros sueños de pecado y de culpa cuando se los
llevamos a Él, y los transforma en la verdad? “Él los intercambiará por el
sueño final que Dios dispuso fuese el fin de todos los sueños” (4:2). Esto es
lo que el Curso llama “sueño feliz” (4:2), conocido también como “el mundo
real” o “percepción verdadera”. Él coge nuestras pesadillas y las transforma en
el sueño feliz. En el sueño feliz todavía estamos soñando, todavía estamos aquí
en el mundo, todavía actuamos en el reino de la percepción. Pero lo que vemos
es algo completamente diferente de las pesadillas de una mente que se ha vuelto
loca por la culpa. “El mundo real se alcanza simplemente mediante el completo
perdón del viejo mundo, aquel que contemplas sin perdonar” (T.17.II.5:1).
Este
sueño feliz es el que Dios ha fijado que sea “el fin de todos los sueños”. “El
perdón es la ilusión que constituye la respuesta a todas las demás ilusiones”
(L.198.2:10). El Curso dice que el mundo termina por medio de la ilusión del
perdón: “La ilusión del perdón, completa, sin excluir a nadie, y de una ternura
ilimitada, lo cubrirá, ocultando toda maldad, encubriendo todo pecado y acabando
con la culpabilidad para siempre” (M.14.1:4). Nuestros pensamientos tenebrosos
y de culpa llevados ante el Espíritu
Santo, se encuentran con el perdón y desaparecen, siendo sustituidos con la
visión de un mundo de inocencia total.
La
“ilusión del perdón” pondrá fin a todos los sueños porque pondrá fin a la
separación:
Pues cuando el perdón descanse sobre el mundo y cada, uno de los Hijos
de Dios goce de paz, ¿qué podría mantener las cosas separadas cuando lo único
que se puede ver es la faz de Cristo? (4:3)
Por
supuesto, el “rostro de Cristo” (“faz de Cristo”) no significa que veremos un
hombre judío con barba por todas partes, la frase es un símbolo de la inocencia
del Hijo de Dios. Si el perdón descansa sobre todo el mundo, y todas las mentes
han llegado a la paz, libres de culpa, ¿qué se puede ver sino la inocencia? El
Curso ha dicho que el mundo es un símbolo de la culpa. Cuando la culpa haya
desaparecido, su símbolo (el mundo) también desaparecerá. El mundo, hecho de
culpa, desaparecerá cuando su causa desaparezca.
Claramente
esto se refiere a un final, “cada uno
de los Hijos de Dios goce de paz”. Es la meta hacia la que nos lleva el
Espíritu Santo, el logro final, cuando se haya eliminado la culpa de todas las
mentes. Cada uno de nosotros juega su papel en esto, pues mientras haya culpa
dentro de mi mente, el final de la
culpa no se ha logrado. El todo no puede estar completo sin todas sus partes.
Ser el Cristo no es algo que tengamos que alcanzar, ya somos el Cristo. Pero
tenemos que aprender a eliminar todos los obstáculos de culpa que nos ocultan
nuestro verdadero Ser.
El estado de inocencia es sólo la condición en la que lo que nunca
estuvo ahí ha sido eliminado de la mente perturbada que pensó que sí estaba
ahí. Ese estado, y sólo ese estado, es lo que tienes que alcanzar, con Dios a
tu lado. (T.14.IV.2:2-3)
Una vez
que hayamos quitado “lo que no está ahí”, y hayamos alcanzado el estado de
inocencia, lo que somos -el Cristo- nos será revelado.
L.pII.6.6:1-2
Cuando vemos “esta santa faz” (5:1), el rostro de Cristo,
en todos y por todas partes, estamos viendo a toda la creación completamente
inocente, libre de culpa. Según el Curso, esta “percepción verdadera” no durará
mucho porque es simplemente “el símbolo de que el período de
aprendizaje ya ha concluido y de que el objetivo de la Expiación por fin se ha
alcanzado” (5:1). El rostro de Cristo es el símbolo del fin del tiempo para el
aprendizaje porque lo que estamos aprendiendo es que no tenemos culpa y que la
creación de Dios, Su Hijo, está libre de culpa. Por eso, cuando vemos el rostro
de Cristo, el aprendizaje ha logrado su objetivo. ¡Es el momento de la
graduación!
Si
creemos que tenemos un propósito en este mundo, tendemos a pensar que es algo
grande en el tiempo. Como un amigo mío del sur, baptista, solía decir:
“Pensamos que estamos aquí para hacer maravillas y comer pepinos”. (Nunca supe
que quería decir con la última parte, pero aclara lo tonto de nuestros otros
objetivos). Pero el Curso nos dice que nuestra única función aquí es aprender a
perdonar. No estamos aquí para arreglar el mundo sino para perdonarlo. No
estamos aquí para ser un sanador grande y famoso. No estamos aquí para fundar
un gran centro de enseñanzas espirituales. Nuestro objetivo y nuestra función
no tienen nada que ver con este mundo. “Tu única misión aquí es dedicarte plenamente,
y de buena voluntad, a la negación de todas las manifestaciones de la
culpabilidad” (T.14.V.3:5). Ése es el único objetivo de nuestro aprendizaje. Es
ver el rostro de Cristo.
Tratemos, por lo tanto, de encontrar la faz de Cristo y de no buscar
nada más. (5:2)
En toda
nuestra búsqueda, ¡busquemos sólo eso! Si empiezo un nuevo trabajo, ¿cuál es mi
objetivo? Buscar el rostro de Cristo, negar la culpa en todas sus formas. Si
comienzo una nueva relación, ¿cuál es mi objetivo? Ver el rostro de Cristo, escapar
de la culpa al no ver culpa en mi hermano. Si empiezo un nuevo proyecto bajo la
dirección del Espíritu Santo, ¿para qué sirve? Para ver el rostro de Cristo,
para eliminar la culpa de todas las mentes con las que me encuentre. Éste es mi
único propósito en todo lo que hago.
Y únicamente al aceptar ésta como “la única función que quiero desempeñar”
(T.20.IV.8:4) encontraré mi felicidad.
L.pII.6.5:3
Esta
frase habla de la visión del Hijo de Dios, darnos cuenta de la “gloria” de lo
que verdaderamente somos. Al buscar y ver el rostro de Cristo unos en otros,
encontramos esa misma gloria en nosotros. En el reconocimiento de nuestra
verdadera naturaleza como creación de Dios, desaparece la “necesidad de
aprender nada, de percepción, y de tiempo” (5:3). La eliminación del velo de
culpa, lograda con el perdón, nos muestra al Cristo, y ya no hay necesidad de
nada más, “excepto del santo Ser, el Cristo que Dios creó como Su Hijo”.
Ya
somos lo que estamos buscando. Sólo nuestros sueños de culpa nos lo han
ocultado de nuestra vista. ¿Qué es el Cristo? Lo que tú eres. Lo que yo soy.
Aprender a deshacer los bloqueos a esta visión es nuestro único propósito en el
tiempo. Cuando eso se haya logrado, no queda nada por hacer excepto ser lo que siempre hemos sido.