Instrucciones para la práctica
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instrucciones para la práctica del Sexto Repaso
Comentario
Cada
circunstancia de la vida me ofrece la elección entre un milagro y los
pensamientos de mi ego que me harán daño. O como dice el Texto: “La elección es
el milagro en lugar del asesinato” (T.23.IV.5:6). Ésa es la lección que todas
las cosas tienen que enseñarme, hoy y todos los días. ¿Qué voz, la del ego o la
del Espíritu Santo, voy a escuchar en este momento, y en el siguiente, y en el
siguiente? Siempre es una o la otra, nunca ninguna de ellas, nunca las dos al
mismo tiempo. “No tomas decisiones por tu cuenta, independientemente de lo que
decidas. Pues o bien se toman con ídolos o bien con Dios. Y le pides
ayuda al anti-Cristo o a Cristo, y aquel que elijas se unirá a ti y te dirá lo
que debes hacer” (T.30.I.14:7-9).
En cada
situación en la que me encuentre hoy, esto es lo que está teniendo lugar. El
ego ofrece su interpretación, y el Espíritu Santo la Suya, yo elijo cuál quiero
escuchar. Puedo elegir el milagro o el asesinato. Mi elección determina mi
percepción y mi experiencia de la situación. ¿Cuál quiero elegir hoy?
Cuando la tentación de atacar se presente para nublar tu mente y
volverla asesina, recuerda que puedes ver la batalla desde más arriba.
Incluso cuando se presenta en formas que no reconoces, conoces las señales:
una punzada de dolor, un ápice de culpabilidad, pero sobre todo, la pérdida de
la paz. Conoces esto muy bien. Cuando se presenten, no abandones tu lugar en lo
alto, sino elige inmediatamente un milagro en vez del asesinato.
(T.23.IV.6:1-5)
Esta
elección es lo que me hace libre. El Espíritu Santo siempre está conmigo para
ayudarme a tomar esta decisión. En cada instante puedo elegir aprender las
lecciones que Dios quiere que yo aprenda, y olvidar lo que me he estado
enseñando a mí mismo. Que no valore nada sin Su ayuda.
Si
pudiéramos entender el significado de esta lección, este hábito de llevarle
todo al Espíritu Santo, en lugar de intentar entenderlo por nosotros mismos (lo
que siempre significa con la ayuda del
ego), todo encajaría a la perfección en su sitio. Esto solo es suficiente
para hacernos libres.
Una
cosa que el Espíritu Santo ve de manera muy diferente al ego es mi cuerpo. “El
Espíritu Santo no ve el cuerpo como lo ves tú porque sabe que la única realidad
de cualquier cosa es el servicio que le presta a Dios en favor de la función
que Él le asigna” (T.8.VII.3:6). Cuando elijo proteger el cuerpo, convertirlo
en el centro de lo que estoy haciendo, confundiendo el cuerpo conmigo, estoy
eligiendo el asesinato. No soy un cuerpo. No existo para el beneficio de mi
cuerpo, su propósito es servir a Dios al llevar a cabo la función que Él me ha
dado en el mundo, y eso es todo.
Si
escucho al Espíritu Santo, tengo que estar dispuesto a ver el cuerpo como que
no tiene ningún sentido en sí mismo (L.96.3:7), y que es útil sólo como un
instrumento de comunicación con el que llegar a mis hermanos. Que me recuerde a
mí mismo que no soy un cuerpo, cuando en cada momento busco escuchar la Voz de
Dios.
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